¿Nunca te has preguntado sobre el origen del símbolo de interrogación? Pues bien, su invención, además de remontarse a la antigüedad, tiene mucho que ver con el ahorro de papel.
Como es sabido, el pergamino es el tipo de papel que, por lo general, se utilizaba en Roma para escribir los documentos más relevantes. El coste del papiro era muy elevado, por lo que su uso no podía hacerse a diario o para textos de poca relevancia. Había que utilizar todo el espacio posible del pergamino, aprovechando casi hasta las esquinas. Así, comenzaron a escribirse textos seguidos, sin separación entre líneas o párrafos y sin ningún tipo de puntuación. Esto hacía un poco difícil la lectura, y casi imposible saber cuándo se estaban planteando una pregunta o una “cuestión”.
¿Cómo solucionar este problema? Ya sabemos que la lengua utilizada en la antigua Roma era el latín. Pues bien, se les ocurrió la brillante idea de colocar la palabra “quaestio” –en plural, “quaestiones”–, que significa “pregunta”, cuando querían plantear una frase interrogativa. Así lograban entenderse mejor. Sólo había un problema: esta palabra era un poco larga, y si se escribía muchas veces, seguía utilizándose demasiado espacio. Había que conseguir ahorrar un poco más de papel.
Colocaron entonces sólo la inicial, una Q, al principio de la frase interrogativa. Así, cada vez que se veía esa letra, se sabía que era una pregunta. A raíz de esta idea, se optó por ahorrar además tiempo y trabajo cortando esta Q y dejando sólo la parte derecha. Si escribimos una Q y dejamos sólo la parte donde está el “rabillo”, vemos que efectivamente es el actual símbolo de interrogación.
Como curiosidad, decir que el castellano es la única lengua que utiliza este símbolo al principio y al final de la frase.
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